No se trata ya solamente de Jesús, sino del Cristo total. El Hijo del Hombre es una figura corporativa: comprende a Cristo y a los creyentes fieles, o sea el Cristo místico total en su estatura definitiva al fin de los tiempos, cuando todos los elegidos hayan sido incorporados a Cristo.
La profecía de Daniel les llama: “el pueblo de los santos” a quien Dios entrega el Reino, el Poder y el Juicio: “el reino, y el dominio y la majestad de los reinos debajo de todo el cielo, sea dado al pueblo de los santos del Altísimo, cuyo reino es reino eterno, y todos los dominios le servirán y obedecerán.” (Daniel 7: 27).
A este Cuerpo total se refiere san Isaac de Stella en su Sermón sobre el Salmo 42 diciendo: “Del mismo modo que, en el hombre, cabeza y cuerpo forman un solo hombre, así el Hijo de la Virgen y sus miembros constituyen también un solo hombre y un solo Hijo del hombre. El Cristo íntegro y total, como se desprende de la Escritura, lo forman la cabeza y el cuerpo. En efecto, todos los miembros juntos forman aquel único cuerpo que, unido a su cabeza, es el único Hijo del hombre quien, al ser también Hijo de Dios, es el único Hijo de Dios y forma con Dios el Dios único” (Oficio de Lecturas del viernes de la 5ª semana de Pascua).
Este “Hijo del Hombre” pues, es decir Cristo y sus hermanitos más pequeños, juzgan a los no creyentes según la actitud que hayan tenido frente a ellos. Lo que han hecho con los miembros lo han hecho con la Cabeza. El trato que le dieron a los fieles del Cuerpo místico, – es decir a los hermanitos más pequeños de Jesús, a los pequeños que creen en Él, lo han hecho con “el Primogénito entre muchos hermanos” que están allí y que Jesucristo Juez señala como allí presentes -, lo han hecho con la Cabeza.
Los que están allí y forman parte del cuerpo místico son aquellos cuya justicia filial ha sido reconocida en los juicios previos a este juicio final de las naciones. Porque: “el juicio comienza por la casa de la fe” (1 Pedro 4,17). Y el juicio de las naciones se hace en consideración de su actitud ante los hermanitos más pequeños, es decir, los cristianos fieles, los que vivieron de tal manera que fueron hallados fieles y justos, es decir semejantes al Hijo en su vida filial, en el juicio que empieza por la Casa, es decir, por la familia del Padre.
Hay que guardarse de una lectura reduccionista de este pasaje
Sin embargo, una lectura modernista de este pasaje, bien calificada de “reduccionista” porque “reduce” su sentido cristológico y sobrenatural, a una enseñanza puramente natural y humana, se va extendiendo cada vez más, también en campo católico.
Estos intérpretes pretenden ver en este pasaje evangélico la carta magna de la salvación por el mero humanitarismo naturalista y no-religioso. Según esa interpretación, esta parábola revelaría el único y universal camino de salvación, por el que deberían transitar por igual, para salvarse, tanto creyentes como no creyentes. La salvación se obtendría por el ejercicio de una filantropía o mera solidaridad interhumana, en la que para nada intervendría la motivación religiosa, ni la explícita y amorosa vinculación con Jesús o la espera de su venida. Consecuencia: la fe y demás virtudes teologales serían superfluas e innecesarias para la salvación.
Desde Kant, por lo menos, hasta la teoría del cristianismo anónimo, se ha venido esgrimiendo esta interpretación naturalista del pasaje que, sin embargo, no sólo es ajena al sentido que Mateo quiso darle y le dio, sino que contradice frontalmente ese sentido literal. Puede decirse de ella que es una interpretación acomodaticia sobre la que de ningún modo puede fundarse una argumentación teológica.
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