El término ungido lo usamos, en esta exposición, unas veces en su sentido estricto y propio de Mesías-Cristo y otras veces en un sentido más amplio, de: elegido, amado, predilecto. En el vocabulario del amor, los términos latinos diligere-dilectus-dilectio y sus derivados castellanos dilección-dilecto-elegido-electo denotan que el amor implica siempre una elección (Josef Pieper ha tratado este tema en su estudio El amor, Rialp, Madrid 1972).
El drama arquetípico de Caín-Abel lo desata el hecho de que Dios prefirió la ofrenda de Abel.
Nos llevaría demasiado lejos y por caminos intelectuales ajenos a nuestra finalidad espiritual, entrar en las profundidades de este tema por vía filosófica o teológica.
Pero el drama evangélico, por sus propios caminos, – que son los de Jesús y el pueblo elegido, sus príncipes y sus magistrados -, nos sumerge en él.
El arquetipo bíblico del Ungido contra ungido, que queremos bosquejar aquí, tiene un valor de test exploratorio de nuestro corazón. Nos ayuda a darnos cuenta de que, quizás, tampoco nosotros tenemos paz con el hecho de que Dios tenga preferencias. Esa cutirreacción del alma, cuando da positivo, muestra que, en donde estos relatos sacan roncha, existe el virus de la acedia y la envidia (Pueden verse los estudios de René Girard de sobre la violencia y la envidia: La violence et le sacré, Paris 1972).
El arquetipo bíblico arroja luz sobre conflictos familiares, entre hermanos, esposos, padres e hijos; en las comunidades parroquiales, religiosas; en el seno de movimientos laicales. En general, puede iluminar la significación espiritual de la existencia de conflictos en la Iglesia, que implican a personas que quieren servir a Dios y sin duda son amadas todas ellas por El
Por eso, este estudio bíblico puede iluminar también la significación espiritual de la existencia de conflictos en la Iglesia entre personas que quieren servir a Dios.
En efecto, al publicar inicialmente este artículo en el Boletín de Espiritualidad (Set-Oct 1991) Nº 131, pp.8-15, el P. Miguel Ángel Fiorito S.J. agregó en este lugar la siguiente Nota de la Redacción:
“Por ejemplo, entre superior y súbdito. Ambos buscan un «bien»: el súbdito por ejemplo, la «eficacia» en la acción… o la «justicia»; pero mezclado con algo que no es «bueno» (en este mismo caso, la «desobediencia»… o la «desunión»). Siempre en el caso de conflicto entre el superior y el súbdito – y cuando la tentación de éste es «debajo de especie de bien» – no es un despropósito pensar que el superior ceda, como lo hizo, en un caso, San Ignacio con Rodrigues, pues dice: «…no favoreciendo tanto como él quisiera a las muchas mociones para aprovechar las ánimas en tierras de infieles; con todo, pienso yo, según que ha más de diez años que este espíritu le sigue, y a nosotros mismos nos escribe, que será menester condescender a sus deseos, esperando que, si son de Dios Nuestro Señor, todo redundará a su mayor gloria y honor; y si son de otro, siendo su voluntad sana y buena intención, el mismo Señor le hará vencedor y le dará victoria sobre todo, a mayor gloria suya» (Cartas de San Ignacio 2,307). En todos estos casos de «conflicto» intraeclesial la tentación no es «grosera y abierta…» (EE 9), sino debajo de especie de bien» (EE 10).
Esta es la primera entrada de ocho, en que presentaré un pasaje del libro “Mujer ¿por qué lloras? Gozo y tristezas del creyente en la civilización de la acedia” (Editorial Lumen, Buenos Aires 1999),
Una primera versión más breve de este escrito se publicó en forma de artículo titulado: Ungido contra Ungido, en: Boletín de Espiritualidad (Prov. Argentina de la Compañía de Jesús (Set.-Oct. 1991) Nº 131, pp.8-15 [A propósito de Lucas 24,26-27 en el contexto de los Ejercicios y del Oficio de consolar que Cristo trae, EE 224,303]