El salmista, que en muchos casos es nada menos que el Rey David podrá cantar:
“El Señor es mi fuerza”,
“Mi Dios, la Roca en que me amparo, mi escudo,…
mi Altura inexpugnable y mi Baluarte” [Salmo 18,3].
«El Señor mi fuerza», «fuerza de su pueblo», «fortaleza de salvación para su ungido» [Salmo 27,7 y 8: ‘adonáy ‘uzzí … ‘oz la’amó, uma’óz meshijó]
En el rudo contexto de la guerra santa los guerreros carismáticos afirmarán que tanto la fuerza como la victoria les viene del Señor:
El joven David, tras probarse las armas de los guerreros de Israel y quitárselas oprimido por su peso, va al encuentro del gigante Goliat armado de su honda de pastor y cinco guijarros del torrente. David acomete al temido enemigo: «en nombre del Dios de los Ejércitos de Israel» y proclama su convicción de que: «no por la espada ni por la lanza salva el Señor, sino que, porque esta guerra es del Señor, Él os entrega en nuestras manos» [1 Samuel 17,47]
Jonatán afirmará en pleno combate: «Nada le impide a Dios dar la victoria con pocos o con muchos» [1 Samuel 14,6].
Coincidentemente con Jonatán, siglos después, Judas Macabeo, arengará a sus tropas atemorizadas por un ejército muy superior en número, diciendo: «En la guerra no proviene la victoria de la muchedumbre del ejército sino de la fuerza que viene del Cielo» [1 Macabeos 3,19].
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Conferencia en las VII Jornadas de Espiritualidad Católica sobre: LAS VIRTUDES CRISTIANAS
Organizadas por el Oratorio Jerónimo Frassati, ”. El Volcán, San Luis, 15-17 Junio 2001